Vivir con entusiasmo
Los niños son tan especiales, no me caben dudas de eso. Desde mi adolescencia los he admirado por su alegría y su constante energía.
Una de sus virtudes (entre tantas) es el “entusiasmo” que siempre muestran ante todo lo que tienen en frente, ante cada propuesta, y ante cada desafío, ante cada nuevo día. Lo recuerdo así de mi propia niñez, lo identifiqué en mis hijas cuando eran pequeñas, y lo sigo viendo hoy en misnietos.
¡Qué hermoso es vivir cada día con ese entusiasmo! Pero pareciera que a medida que avanzamos en el camino de la vida, éste se va apagando…
La palabra entusiasmo, como muchos vocablos del español, proviene del griego, investigué y significaba: “tener lo divino dentro de sí”. Si lo traemos a nuestra vida actual, qué bueno pensar que vivir la vida con entusiasmo, tendría que ser algo natural en los que nos identificamos como cristianos: “tener a Dios dentro nuestro”, “poseer algo divino en nuestro interior”.
¿Y entonces? ¿Por qué lo que más sobreabunda en nosotros es la queja? ¿Por qué nos inunda el temor y la desesperanza ante algunas circunstancias? ¿Por qué dejamos que nos gane el cansancio? O ¿Por qué permitimos que nos alcance el desánimo?
El entusiasmo debería ser imprescindible para vivir la vida cristiana, para servir a Dios y para que todo lo que cotidianamente hacemos, sea hecho con pasión y de corazón. Colosenses 3: 23 dice: “Y todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”.
Pensaba en algunos personajes bíblicos que mostraron esa actitud, ¡y hay muchos de ellos!
El entusiasmo con el que María, hermana de Lázaro, escuchaba a Jesús cuando éste iba de visita a su casa, o el de David cuando confirmaba una y otra vez la fidelidad de Dios hacia él. El entusiasmo del endemoniado de Gadara, quien luego de haber sido liberado, fue publicando por toda la ciudad cuán grandes cosas había hecho Jesús con él. O José, quien injustamente lejos de su tierra y de su familia, trabajaba con entusiasmo para su amo en Egipto. El de Zaqueo cuando volvió corriendo a su casa a preparar todo para recibir la visita de Jesús. Y Pablo, quien dejó su posición prestigiosa, renunció a una familia, sufrió frío, hambre, naufragios, prisiones y calumnias, para vivir así, con entusiasmo, con “Dios habitando en él” en plenitud.
Y cuántos más de estos personajes, que más cercanos o más lejanos a nosotros en sus experiencias, deberían inspirarnos a vivir cada día, así, con el entusiasmo intacto y puro como lo viven los niños.
Jesús dijo: “De cierto, de cierto les digo, que si no se vuelven como niños, no entrarán en el reino de los cielos”. (Mt. 18:3).
Un cristiano entusiasta, debería ser entonces aquel que evidencia la fe por su abundancia interior, aquel que tiene la convicción de transitar seguro, por el camino que le toca recorrer. Amén!
Por: Jenny Mejías