La Fe
La definición más conocida Bíblicamente sobre la fe es: "Tener fe es tener la plena seguridad de lo que se espera; es estar convencidos de la realidad de cosas que no vemos." Hebreos 11:1
Quizás el problema mayor al hablar de fe, no sea el significado de la misma, su alcance, su concepto, ni siquiera el tenerla o no; el problema más básico se trate sobre quién está sustentada dicha fe. La fe no se trata de un buen deseo o un anhelo positivo sobre una situación determinada, no se trata de una persona física en particular o alguna religión. La fe no actúa en consecuencia de alguno de estos puntos. Tampoco es una especie de “amuleto de la buena suerte” como piensan algunos.
Para poder hablar en una base firme sobre la fe, debemos hacer un paso más atrás y hablar de la persona sobre la cuál debe estar fundada nuestra fe.
La fe salvadora, la fe viva, la fe que actúa; es la que está cimentada en Dios y solo en Dios.
Por lo tanto, en primera medida es imprescindible conocer el carácter, la naturaleza y la personalidad del Dios en el cual creemos, y principalmente conocer lo que Él espera de nosotros, para no poner nuestra fe sobre situaciones y elementos que no están dentro de su voluntad y propósito, y así no vernos desilusionados por no obtener el resultado o respuesta de lo que esperamos de él. No por la inoperancia de nuestro Dios, sino porque tenemos equivocada la visión y el enfoque de lo que realmente implica tener la fe verdadera.
Las misericordias de Dios son infinitas. Los atributos que demuestran su personalidad absolutamente bondadosa abundan en Su Palabra. Pero también, es un Dios que se ha enojado y ha reaccionado por la rebelde conducta humana.
Desde el principio, Dios tenía un plan perfecto para el hombre, siempre quiso lo mejor, le preparó la tierra, le delegó autoridad y un propósito. Y su mayor deseo era convivir con el ser humano, ser su Dios y compartir con el mismo, la eternidad, pero mientras Dios anhelaba esta vida, el ser humano rompía relaciones, tomaba decisiones independientes de Dios y se alejaba continuamente. Desde el principio ha sido así y ahora también lo es. Y así como esta especie de círculo vicioso se da en la historia de la humanidad, Dios ha continuado su plan de reconciliación, con el punto culminante de la muerte en la cruz de su Unigénito y amado Hijo, Jesucristo.
Y podemos afirmar que esta muerte es más trascendente aún de lo que podemos entender, pues fue Dios mismo quien murió para que nosotros vivamos.
Estábamos perdidos, destinados a una muerte segura y eterna. Y una vez más, Dios estiró su mano, Él mismo descendió a la muerte y la venció. Estamos recuperados, el boleto de Salvación está en la punta de sus dedos estirados, mientras nosotros continuamos en el pozo. Es simple, lo tomamos o lo dejamos.
Y es aquí donde está el primer paso de fe. ¿Creo en su promesa de darme vida? ¿Creo que Él venció a la misma muerte para que yo sea salvo? ¿Creo que realmente me ama? ¿Creo que me hizo desde el vientre de mi madre por un propósito?
Cuando reconocemos que solos no podemos salir de ese pozo, que el peso del pecado nos tiene unidos al fondo del abismo, y que por nuestros propios medios nunca podremos salvarnos, es cuando nos tomamos de su mano salvadora y misericordiosa, y salimos de las tinieblas a su luz, cuando le decimos sí Señor, creo que todo lo hiciste por amor a mí, anhelo que me perdones y me salves, te recibo en mi corazón, entonces nos reconciliamos nuevamente por nuestro Creador. ¡Hemos dado el PRIMER PASO DE FE!
Si he comprendido mi imposibilidad como ser humano de salvarme a mí mismo, si he aceptado mi culpa de pecado y tomo el regalo que por gracia Dios me está ofreciendo, si he reconocido el valor que la muerte de Jesucristo en la cruz significa para mi vida, es entonces cuando, de acuerdo a su promesa, el Espíritu Santo, vendrá a mi corazón y hará morada en él para siempre.
Ahora comienza el vivir por esta fe, el continua creyendo en Él, y crece en sabiduría y el conocimiento de la palabra. Sabiendo y entendiendo que ya eres un hijo de Dios y heredero junto con Cristo de toda la herencia celestial, permite que el Espíritu Santo dirija tus caminos. El Señor prometió que estará siempre contigo. Amén!
Por: Jenny Mejías