Cómo llegar a ser un gigante con Dios
Debe tener en cuenta que sus citas diarias con Dios son lo más sagrado e importante, más que las citas con cualquier otra persona (sin importar quien sea).
Qué triste ver la manera en que muchos cristianos no consideran altamente la majestad de nuestro Dios, el Rey de la Gloria. Somos a menudo impertinentes en el modo que le hacemos esperar y luego, de repente, sencillamente, cancelamos los planes para reunirnos con él ante su presencia. Y todo por causas insignificantes y nunca más importantes que Él.
¿Puede usted imaginar a alguien manteniendo el Creador del universo esperando mientras él ve su programa favorito de televisión? Sin embargo, ¡eso es lo que muchos de nosotros hacemos! Lo que es peor, muchas veces no nos molestamos en aparecer ante la presencia de Dios en absoluto. No es que nos olvidemos de nuestra cita con él, ¡sino que deliberadamente nos negamos a comparecer ante Él!
Isaías se lamentaba, "Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto: y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado él, y no lo estimamos" (Isaías 53:3).
Al permitir que interrupciones se interpongan entre nosotros y nuestras citas con el Señor, estamos escondiendo nuestro rostro de él, y no le apreciamos ni le honramos como deberíamos y como él es digno.
La verdad es que es imposible perder el tiempo cuando buscamos a Dios en oración. Además, al salir del lugar secreto, hemos sin saberlo siquiera logrado más en menos tiempo, con menos prisas y menos esfuerzo y sudor.
El trabajo más efectivo que alguna vez vamos a lograr hacer para Dios es de rodillas. Mientras que, el que no ora corre atropelladamente de aquí para allá, tratando de hacer grandes cosas; el cristiano de oración trabaja duro moviendo reinos, rompiendo fortalezas, quebrantando el poder de las tinieblas, haciendo grandes cosas y, en el proceso… irá convirtiéndose en un gigante con Dios.
“Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; derramad delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio”. Salmos 62:8
Por: Jenny Mejías