Dependencia
Reflexión renovadora que cambiará por completo tu forma de ver la vida. Haciendo de ti no sólo una mejor persona y un mejor ciudadano, sino un verdadero creyente, fiel a Dios, a sus principios y a su Santa Palabra.
Dependencia
Por: Jenny Mejías.
Me gustaría comenzar este escrito, compartir con los lectores lo que el diccionario nos dice acerca de la palabra “dependencia”, sobre todo en una de sus acepciones: dependencia: “Subordinación a un poder mayor”.
Por causa de este mundo convulsionado en el que nos toca vivir, esta palabra quizás se nos presenta en primera instancia con una carga negativa, como cuando hablamos por ejemplo: de una “dependencia que flagela”, esa que escuchamos tantas veces refiriéndose a la droga, o al alcohol; esa que quita vida y libertad.
También la “dependencia emocional”, esa que existe entre algunas relaciones amorosas y/o familiares, que anula a la persona; que la obliga a seguir estando con alguien aunque le haga daño, en un sometimiento, no dejando a la persona ser.
O la más antigua y conocida: la “dependencia del esclavo al amo”, asustadiza y denigrante, en sus más variadas expresiones: esclavitud sexual, esclavitud infantil, esclavitud laboral…
Pero en contrapartida con lo dicho anteriormente, hombres y mujeres podemos experimentar un estado de “dependencia” en el cual sí vale la pena vivir: la dependencia de Dios.
Ésta, paradójicamente nos ofrece la posibilidad de ser verdaderamente libres.
Sí, la maravillosa dependencia que da libertad: “Porque el Señor es Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.” 2º Cor. 3:17.
“Y en Cristo tenemos libertad para acercarnos a Dios, con la confianza que nos da nuestra fe en él”. Ef.3:12.
La milagrosa dependencia que da vida: “…yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” Jn. 10:10.
La poderosa dependencia que sana: “Dios sana a los que tienen roto el corazón, y les venda las heridas.” Sal.147:3.
La misericordiosa dependencia que no genera temor: “Recurrí al Señor, y él me contestó, y me libró de todos mis temores.” Sal. 34:4.
“No tengas miedo de nadie, pues yo estaré contigo para protegerte. Yo, el Señor, doy mi palabra”. Jer.1:8.
La constructiva dependencia que no subestima: “El Señor que te creó te dice: porque te aprecio, eres de gran valor y yo te amo.” Isaías 43:4.
Y por último, (lo que no quiere decir que la lista se agote), la mayor de las paradojas de esta “dependencia de Dios”: la libertad de elegirla, la libertad de depender.
No es una tarea fácil. Nuestra naturaleza humana nos lleva a confundirnos en ese concepto de “libertad”; es difícil aprender a pensar como Dios piensa, tener su mismo sentir, ir por donde Él nos aconseja que vayamos, aceptar y amar a los demás como Él nos exhorta, dominar nuestro corazón orgulloso, y a sujetar nuestra voluntad a la suya.
Es que, remitiéndonos a la definición del diccionario con el que comenzamos, la mejor decisión como hijos de Dios es “subordinar” nuestra vida entera y con ella nuestras relaciones, nuestras elecciones, nuestras decisiones… a ese “poder mayor” que radica nada más ni nada menos, que en la inconmensurable persona de Dios, el cual promete estar con nosotros, revestirnos de su poder, y para el cual nada es imposible.