PALABRA DE LA SEMANA
Conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo «Daniel 4:2»

¿Contra quién es la batalla?

Reflexión renovadora que cambiará por completo tu forma de ver la vida. Haciendo de ti no sólo una mejor persona y un mejor ciudadano, sino un verdadero creyente, fiel a Dios, a sus principios y a su Santa Palabra.

¿Contra quién es la batalla?

Por: Jenny Mejías.

 

"Sed sobrios y velad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar". 1 Pedro 5:8.

Como padre de mentiras, el diablo ha desarrollado casi a la perfección el arte del engaño. Con su astucia nos distrae haciéndonos mirar hacia otro lado, para que apartemos nuestra mirada y nuestro corazón de los caminos de Dios.

Es por ello que si algún hermano nos ofende nos resentimos con él y lo miramos con enojo. Si perdemos nuestro trabajo culpamos al patrono, a la crisis económica o a los gobernantes. Si nuestro matrimonio o familia nos dan más tristezas que alegrías se debe a que mi pareja hace todo mal y le echamos culpas a cualquiera que esté involucrado directa o indirectamente con el problema.

Todo esto puede llegar a ser en parte cierto. Las situaciones y personas pueden llegar a ser injustas con nosotros y en esto podemos tener una parte de razón. Pero un hijo de Dios no puede conformarse con ver los problemas y las circunstancias adversas de la vida solamente con ojos humanos; para ello tiene un espíritu renacido, que ha sido vivificado por el poder de la palabra de Dios y la fe en Jesucristo, y en el cual mora el Espíritu Santo de Dios, quien le permite ver claramente en cualquier circunstancia, la otra cara de la moneda: la del lado espiritual, la que con el alma, las emociones y loas sentimientos nunca podremos discernir.

Entonces, con mente humana razonamos y buscamos soluciones (también humanas) a nuestros a problemas, dejando a Dios sencillamente a un lado. Esta es exactamente la obra que el diablo hace en el hombre (aún en los hijos de Dios). Él se mueve con hilos invisibles, pues nadie nota su presencia, y constantemente está (como dice la palabra) al asecho, buscando a quien devorar, acabar, destruir.

Nos enojamos con quien nos agravia, dejamos de congregarnos para no verlo, no perdonando y dejando que los resentimientos se aniden en el corazón. O nos desesperamos ante la indigna, injusta e insoportable situación del país; planeamos alguna venganza como ciudadanos contra un gobierno injusto,  o contra la empresa que nos dejó sin trabajo, o contra la pareja que nos engañó e hirió profundamente nuestro corazón; cuando no hemos entendido que no es el hombre, sino que es la simiente maligna del pecado que está en el hombre desde que nace, el origen de todos los males de la humanidad. Hemos de discernir que no es contra el pecador que luchamos, sino contra el pecado que está en él. Lo dice la palabra de Dios:

“Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne (el hombre), sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales”. Efesios 6:12.

Nuestros ojos se han centrado en el quién, en el cuándo, en el cómo de las circunstancias  e ignoramos que todo esto se trata de un asunto espiritual. Y el diablo se relame, ya listo para atrapar a su presa. Él devora personas, parejas, familias enteras, instituciones, comunidades, gobiernos, países enteros, porque no han entendido que la batalla era espiritual. Por ello Dios nos exhorta en su palabra: "Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos". Efesios 6:11-18.