PALABRA DE LA SEMANA
Conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo «Daniel 4:2»

Listas

Reflexión renovadora que cambiará por completo tu forma de ver la vida. Haciendo de ti no sólo una mejor persona y un mejor ciudadano, sino un verdadero creyente, fiel a Dios, a sus principios y a su Santa Palabra.

Listas

Por: Jenny Mejías.

 

La historia del pueblo de Israel en su lucha por cumplir las demandas de la ley mosaica son un vivo reflejo de como los cristianos encaramos hoy día como iglesia la misma lucha por alcanzar la tan anhelada santidad.  De la misma manera en que el pueblo de Israel una y otra vez intentaba ajustarse a una ley que le era imposible cumplir a la perfección, nosotros nos armamos de todas nuestras capacidades, fuerzas y disciplinas para cumplir con una serie de normas o listas de lo que “debo” y “no debo” hacer en la vida cristiana.  Listas sobre lo que es “santo” y lo que “no es santo” desde el punto de vista de Dios. Si cumplo esto y aquello puedo decir que ando bien con Dios, y si fallo en esto o aquello, entonces ando en la dirección equivocada.  Y este conjunto de reglas y normas nos llenan de cargas y de miedos las arrastramos por años como bolsas pesadas a donde quiera que vayamos, y al llegar la noche no han agregado descanso a nuestra alma, ni satisfacción a nuestra vida, ni paz a nuestra conciencia, no permitiéndonos como hijos de Dios, disfrutar del gozo de nuestra salvación.  Un día la lista nos ensalza, pero otro día nos condena, según lo mucho o lo poco que hayamos podido ajustarnos a ella.

El apóstol Pablo bien lo dijo a los Gálatas: “¿para qué sirve la ley? Fue dada para poner de manifiesto la desobediencia de los hombres, y su imposibilidad de cumplirla”. (Gal. 3:19).

La ley nos grita en la cara día a día que jamás podremos cumplirla, que hemos fracasado y que somos por naturaleza desobedientes y rebeldes.   ¿Cómo hacer entonces para vivir una vida en santidad que agrade a Dios? ¿Cómo amar a un Dios que demanda obediencia perfecta como prueba de nuestro amor? (Juan 14:21) Jeremías ya nos daba pistas sobre como esto sería posible: “Pondré mi ley en su corazón y la escribiré en su mente” (Jeremías 31:33). Y Ezequiel nos habló de quién sería el responsable de la obra que transformaría nuestros corazones:  “Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne. Soplaré mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis preceptos y obedezcan mis leyes”. (Ezequiel 36:26-27).

Ciertamente lo que es imposible para el hombre es posible para Dios, y si las promesas de Dios son fieles y verdaderas, como de hecho lo son, esto sin duda se cumplirá en las vidas de aquellos que han creído.

Sería ilógico pensar que un Dios, que ha sido capaz de entregarnos la vida su amado Hijo para morir en la cruz y darnos la salvación, no nos diera en la misma obra de redención a su Santo Espíritu para que caminemos una vida santa, como complemento a esa salvación, que no sólo se dio con el nuevo nacimiento, sino que es progresiva, pues somos salvos en el proceso de la santificación día a día de nuestro caminar con Dios, hasta que nuestra salvación se complete integralmente cuando nuestros cuerpos sean glorificados el día de la resurrección.  Es su Espíritu quien obra tanto el querer como el hacer y nos mueve a obediencia, sin esfuerzo humano, sin que obedecer a Dios se convierta en una carga, sin tener que obligarnos a nada, sino movidos solamente por el poder y el amor de aquél que nos amó primero.  

No significa que los mandamientos de Dios pierdan vigencia, o queden anulados; por el contrario, el Espíritu Santo hará que salgamos aprobados en todo punto y en toda coma con respecto de los mandatos divinos. La diferencia radica en que ya no cargamos con ellos sino que andamos en ellos, no forman parte de una “lista” de cosas “permitidas” o “no permitidas”, sino que se han vuelto parte de nosotros mismos pues han sido escritas en nuestras mentes y en nuestros corazones porque hemos creído. De este modo la moral de Dios se hace parte de nosotros mismos, pues Él mismo quien mora en nosotros.

Busquemos pues la santidad en comunión con aquél que puede producirla en nosotros, busquemos que Cristo viva en nosotros y que la vida que vivimos en el cuerpo sea vivida por fe en el Hijo de Dios que nos amó y dio su vida por nosotros. Esta es la Gracia de Dios, que muy pocos entienden.

“He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Y lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí.” Gálatas 2:20

“Cristo nos dio libertad para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse ustedes firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud.” Gálatas 5:1.