Dios, ¡dime por qué!
Reflexión renovadora que cambiará por completo tu forma de ver la vida. Haciendo de ti no sólo una mejor persona y un mejor ciudadano, sino un verdadero creyente, fiel a Dios, a sus principios y a su Santa Palabra.
Dios, ¡dime por qué!
Por: Jenny Mejías.
Pocas personas se afligen cuando escuchan que los criminales o los dictadores implacables mueren como resultado de sus delitos. Pero cuando las personas «inocentes» perecen, tal vez como resultado de algún desastre natural o de un acto terrorista, todos nosotros tendemos a preguntar por qué, y hasta lo consideramos injusto.
Ese siempre ha sido el caso. Job, uno de los libros más antiguos de la Biblia, es en sí mismo una gran pregunta: ¿Por qué sufren los “inocentes”? En Lucas 13, vemos dos tragedias que también plantearon la misma pregunta: ¿Por qué?
Durante miles de años se creyó comúnmente en la cultura judía que la gente sufría primordialmente porque Dios los estaba castigando por algún pecado específico, lo cual a veces era cierto. Sin embargo, Jesús hizo hincapié en que todo el mundo debe arrepentirse delante de un Dios Santo de manera individual (Lucas 13:37) ¿Por qué?
En realidad no hay gente inocente, al menos con respecto a los estándares de Dios. Como nos dijo Pablo: «Por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios» (Romanos 3:23). Dios no tiene que rendirnos cuentas y explicarnos por qué ocurren las tragedias, sino que nosotros somos los que tenemos que rendir cuentas a Dios y confesar nuestros pecados para poder tener una armoniosa y correcta relación con Él.
Cuando murieron miles de personas el 11 de septiembre de 2001 en el atentado a las Torres Gemelas, gente de todo el mundo se preguntó: « ¿Por qué? » Hasta donde yo sé, Dios no nos ha dado una respuesta directa a esa pregunta Sin embargo, lo mejor es que Dios nos ha dado esta promesa: si nos arrepentimos y aceptamos el sacrificio de Jesús por nuestros pecados, nuestra muerte no será el final. Se nos ha dado la seguridad de que viviremos para siempre junto con Él
Sabiendo esto, podemos entender fácilmente por qué nuestra necesidad de arrepentimiento es más importante que nuestra exigencia de saber por qué pasan las cosas.
"Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?". Salmos 42:1-2