Cuando Dios nos llama
Reflexión renovadora que cambiará por completo tu forma de ver la vida. Haciendo de ti no sólo una mejor persona y un mejor ciudadano, sino un verdadero creyente, fiel a Dios, a sus principios y a su Santa Palabra.
Cuando Dios nos llama
Por: Jenny Mejías.
Últimamente he pensado que en la teoría todos lo sabemos, si preguntas a cualquier persona la diferencia entre el bien y el mal, estoy segura que puede darte ejemplos correctos.
Las dicotomías son casi obvias, lo contrario de alto, es bajo, de gordo: delgado, de grande: pequeño… De Dios… ¿Diablo? ¡De ninguna manera! Dios no tiene opuesto. Él es Rey, es Soberano y Creador, y hasta el mismo Satanás fue en su origen una creación divina, sólo que decidió intentar ser mayor que el Todopoderoso, quiso trascender.
Entonces podemos ampliar el concepto del mal y agregarle pecado. Todos sabemos qué es el pecado, todos sabemos que somos pecadores y quienes hemos aceptado a Cristo como Salvador sabemos quién es el que perdona nuestros pecados y sobre todo, el precio que ha pagado por nosotros, a causa de nuestro pecado.
¿Entonces por qué continuamos tantas veces nuestras vidas con la indiferencia al pecado que cometemos? Lo hacemos muchas veces con conocimiento de hacerlo y valiéndonos del perdón divino como excusa o casi permiso para cometerlo.
Y allí viene una vez más la misericordia de Dios, que nos habla a través de Su Espíritu y nos guía, nos llama a tomar conciencia, arrepentirnos y a ser partes del proceso de Su obra. Una de las excusas que fácilmente colocamos por delante del desafío es sentirnos incapaces o inapropiados para realizar el trabajo. Me recuerda al llamado de Moisés, (Éxodo 2) donde ante la solicitud de Jehová puso una y otra excusa. Pero él ya había sido escogido para realizar el éxodo del pueblo de Israel de Egipto. De igual modo, Dios ya nos ha escogido para nuestras buenas obras (Efesios 2;10), y sólo tenemos que, nada más y nada menos, acudir al llamado.
Para lo que sea que Dios te haya escogido, te creó, en el Salmo 139: 13, 15 y 16 leemos:
“Tú fuiste quién formó todo mi cuerpo; tú me formaste en el vientre de mi madre. No te fue oculto el desarrollo de mi cuerpo mientras yo era formado en lo secreto, mientras era formado en lo más profundo de la tierra. Tus ojos vieron mi cuerpo en formación…”
Así es, cada detalle de tu cuerpo y de tu mente fueron diseñados para el trabajo; pero el enemigo nos tiene silenciados tras el velo de ser pecadores a sabiendas y hacérnoslo sentir, nos quedamos en un rincón espiritual conociendo lo que está bien y lo que es pecado, y por el sólo hecho de saberlo, nos corremos a un costado de la carrera que debemos correr, del trabajo de debemos realizar.
Dios ya ha hecho su parte: nos creó y nos regaló la Salvación de nuestras almas a través de la muerte en la cruz y resurrección de Cristo Jesús; ahora es tiempo de poner nuestra parte, de pasar las dicotomías teóricas a la práctica de lo correcto y tomar acciones concretas ante el pecado que cometemos, escuchar la voz del Espíritu Santo y obedecer, volver a ser parte del equipo que corre hacia la meta, porque al igual que en el ejemplo de Moisés, Dios ha prometido estar con nosotros siempre, hasta el fin del mundo… (Mateo 28: 20b).